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SURFEANDO PANAMÁ (Hotel Boca Brava. Segunda Ola)

Casi ocho horas de «frigobús» desde Panamá a Horconcitos, quince kilómetros de autoestop hasta Boca Chica y una lancha hasta el Hotel Boca Brava, en la isla del mismo nombre.

Nuestro compromiso era terminar de arreglar un bote de fibra de vidrio y algún que otro trabajo de pintura, carpintería o lo que fuera… ¿Dos semanas?, ¿tres?…

El hotel en sí no está nada mal, y las condiciones del trabajo no eran malas, pero al poco de estar allá, empezamos a sufrir una alimentación hipermonótona, esto es, arroz con frijoles y pollo, cada día para el almuerzo y para la cena. Un día, y otro, y otro… Mi compañera, pelín obsesionada con la buena alimentación entró en crisis, comentó al personal de cocina, pero la respuesta fué que eso era lo que había. Yo hablé con el dueño, y el hombre hizo todo lo que pudo para variar nuestra dieta. Pero, la verdad, es que percibimos un cierto despecho por parte de algunos de los integrantes del staff del hotel. Nada grave, pero incómodo.

Los panameños no son nada fáciles (como bien decía nuestro amigo Tony), a veces rallan en la mala educación, no eran pocas las veces en que no obteníamos respuesta ante un «buenos días» o ante una pregunta cualquiera.

En cuanto al trabajo, fué grande la expectación que se creó en torno a nosotros por al arreglo del bote; nuestro modo de trabajar no era muy común por aquellos lares. ¡Cuánta razón tenía el amigo Hugo!. Las barbaridades que hacen estos panameños te hacen echarte a reír por no llorar. Ni aún con formación universitaria salen bien preparados, y es que ni los mismos profesores dan calidad a la educación. Siento ser tan duro, pero lo he vivido. Ahí tienes a Alma enseñando excel a una chica, cuyo profesor universitario no sabemos si le dieron el trabajo por bonito o por simpático (cosas ambas que dudo). Y esto es también extrapolable a la sanidad, aunque sea pagando.

Es fácil encontrar, por ejemplo, que un mecánico le cambie las zapatillas al coche y que ponga sólo una. Es fácil también que un trabajador no se presente en una semana, o dos, sin previo aviso y luego llegue como si nada. Nunca toman bien las medidas (no sabemos si lo hacen a ojo), así que en carpintería te encuentras puertas que no encajan o que se quedan cortas; en el hotel todas las puertas, sin excepción, estaban torcidas.

No es extraño, por lo tanto, que todo el que desee un trabajo bien hecho haya de recurrir a personal extranjero; los españoles estamos muy solicitados, con una titulación baja, aquí pasas directamente a director general en cualquier campo.

Así os podreis imaginar que en pocos días, buena parte del pueblo se acercase a ver cómo trabajábamos. Por ese lado nos sentíamos super bién, reconocidos y valorados. Y por otra, estábamos rodeados de belleza y animales, especialmente monos.

El universo entonces cruzó en nuestro camino a una parejita franco-española que, además de regalarnos experiencias y conversaciones súper, nos pusieron en contacto con un man en Bocas del Toro que necesitaba gente para repararle un viejo barco atunero, el «Marita«, esta vez con dinero de por medio. Y así fué como una segunda ola nos llevó de nuevo a Bocas.

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El «Marita».

SURFEANDO PANAMÁ (Primera Ola)

Si Costa rica fué un visto y no visto, Panamá resultó ser todo lo contrario… ¡Cuatro meses fueron!.

Todo empezó en Bocas del Toro, la capital de Isla Colón, un destino idealizado, un punto obligado en nuestro camino. Su arquitectura caribeña de casistas de madera sobre pilotes y su población principalmente negra hacen de Bocas del Toro la Jamaica de Panamá.

Los bocatoreños no son especialmente abiertos, amables o simpáticos. Ignoran bastante a los turistas, a no ser que vean la forma de sacarle dinero, sólo en ese caso empezarán las sonrisas. Hablan su propio idioma, créole panameño, es una mezcla de inglés mal hablado con algunas palabras en español; es ininteligible, no hay dios que se entere de lo que dicen. Claro, que hay tanto chino como negro, porque todos los supermercados son de chinos. A diferencia de España, aquí los chinos contratan locales para trabajar. Los súper son de chinos, las tiendas de muebles de españoles y los hoteles o restaurantes son de europeos o gringos, muchos de ellos judíos. Hay muchísimos judíos en Bocas.

Llegamos a Bocas un día de lluvia. Y al día siguiente llovió, pero en cuanto escampó un poquito nos fuimos a la archiconocida Playa de las Estrellas. Y nos entusiasmamos. Después de tanto aguacero descubrimos una playa estupenda, tranquila, hermosa y con decenas de estrellas de mar.

Y el entusiasmo nos animó a contratar un tour para el día siguiente. Y apenas salíamos rumbo a lo que sería un día fantástico, empezó la lluvia. Y ahí comenzó la pesadilla, cosa que hay que agradecer a nuestro capitán, a quien su dilatada carrera no le permitió ver la que se nos venía encima.  Fueron cuatro horas empapados, calados hasta los huesos, algunos llegando, incluso, a la hipotermia, donde una bolsa de basura cotizaba más que las acciones de Apple (entiéndase que las bolsas eran usadas a modo de chubasquero). Así que tras una dura negociación, a mitad de tour nos regresamos y quedamos emplazados de nuevo para el día siguiente, con la esperanza de encontrar un día soleado y apacible. A pesar de todo, nos reímos bastante y, como anécdota, ahí queda.

Y al día siguiente pudimos completar el tour, que en definitiva es esto:

Avistamiento de delfines
Pudimos vislumbrar apenas un poquito de la espalda de lo que supuestamente eran dos delfines, pero estaban tan lejos que podrían haber sido besugos, o atunes, o vaya usted a saber…

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Snorkeling
Apenas dí la primera zambullida le dije a Alma: «No merece la pena que gastes las lentillas.»

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Almuerzo
Nosotros llevábamos el nuestro, el de a diario: lata de salchichas picantes y lata de sardinas picantes. Algunos comieron langosta, pero al parecer era todo cáscara. Eso pasa por no comprar sardinas, ellos se lo perdieron.

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Camino al restaurante.

Cayo Zapatilla
Reserva natural. Un paraíso donde está prohibido adentrarse por razones de seguridad (los bichejos y esas cosas). Allí se arma la pelotera con todos los demás tours. Fué allí donde se grabó yo no sé qué edición de supervivientes.

Pero para nosotros quedará en el recuerdo por haber presenciado esta maravilla de la naturaleza.

Avistamiento de osos perezosos
Con suerte los ves. Con mucha suerte además se mueven, muuuuy despacio. Eso sí, los verás desde el barco, porque viven en los manglares.

Con tres días en Bocas nos dimos por más que satisfechos y partimos destino a Ciudad de Panamá. Debido a las largas distancias, en el camino hicimos parada en la ciudad de David y allí fuímos recibidos por Hugo, paisano de Albacete, quien ya nos ponía en aviso sobre la forma tan particular de trabajar de la gente de por acá. Por cierto, David no tiene nada interesante, cero, conjunto vacío.

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Con Hugo.

Y llegamos a Panamá City. La ciudad no está mal del todo, tampoco es súper, pero un par de días se pueden pasar por allá. Nosotros estuvimos en feriado, lo que es malo, pues cierran todo, no venden alcohol y todo se vuelve un poco aburrido. Aún así anduvimos para ver la Ciudad Vieja, desde afuera, eso sí, porque el precio se nos antojó prohibitivo para visitar un montón de piedras. Por supuesto, visitamos el Canal, que, la verdad, es que es alucinante. Muy recomendable. Nos comimos un «pescado a lo macho» en el mercado de mariscos y buscamos torneos de póker por todos los casinos de la ciudad. Lástima que no había.

Y mientras debatíamos en el Hotel «Red Room» acerca de la vida y sus más y sus menos, una ola nos hacía volver hacia atrás, teníamos un correo del helpX de Boca Brava:

– ¡Ostia, que nos ha contestado el de Boca Brava!
– ¡Dile que si nos paga el viaje vamos!

Y en un minuto, en menos de un minuto, pasamos de comprar unos billetes a Colombia, a unos de autobús a Horconcitos, a dónde pusimos rumbo para vivir nuestra segunda ola en Panamá.

SURFEANDO COSTA RICA

Nuestro paso por Costa Rica estuvo marcado por el «fuera de temporada» y la lluvia, así que fué un visto y no visto.

Llegábamos al país más caro de toda Centroamérica, y la diferencia era visible en el estilo de vida: los coches son últimos modelos, ya no hay lunas rotas en el parabrisas, las calles presentan una limpieza más decente, las tiendas lucen escaparates, un elemento que ya casi ni recordábamos, el transporte público es eficiente, el sistema educativo es bastante aceptable, el ejército inexistente y la policía insobornable. Allá por el año  1948, el presidente de Costa Rica abolió el ejército, ante el temor de un golpe de estado. Esto ha permitido que dicha inversión sea destinada a gastos en educación y los estudiantes de toda Costa Rica reciben mensulamente 60 dólares, lo que marca la diferencia con el resto de países de la zona. Pero, para nuestra sorpresa, la «fecundación in vitro» sigue siendo ilegal a día de hoy.

Allí todos son «mae«, y «pura vida» es la frase. Y todos desayunan «gallo pinto».

Apenas llevábamos un par de horas en San José cuando me fuí con Gérrard, nuestro couchsurfer, a tomar un algo, uno de esos algos resultó ser el tan apreciado  chiliguaro. El mae se las averigüó para que otros maes nos invitasen a un «garito barra libre». Imagínense. «Pura vida», sin lugar a dudas. Los detalles de la farra no importan. Lo importante es lo bién que lo pasamos toda la noche. Y lo mal que me tocó pasar el final de la fiesta.

Volvíamos a casa de amanecida, cuando en una esquina cualquiera nos paró la policía.

-¿Dónde está el puro?, ¿eh?. ¿A eso vienes a Costa Rica, a fumar marihuana?. ¿Dónde la escondiste?, ¿la botaste?…

-¿Qué puro?… ¿Qué marihuana?,- contestaba yo.

Llovía bastante; la inmensa borrachera no me dajaba pensar con claridad; no tenía el pasaporte encima y eso no ayudó en absoluto. Mientras la situación se ponía más y más tensa, yo me acordaba de mi compañera, durmiendo apaciblemente. ¡Joder con las experiencias viajeras!.

Yo negaba y ellos afirmaban que habían visto la maría. Y yo que no, y ellos que sí. Decidí entonces sacar mi mejor oratoria:

Que si soy super buena persona. Que si viajo con mi mujer por el mundo. Que si reconozco que bebí mucho. Que si no hago daño a nadie…  Que pa’rriba, que pa’bajo. Y cuando creía que ya los tenía en el bolsillo, porque me escuchaban en silencio, uno de ellos dijo:

-¡Ya!. ¡Cállate!.

Me callé. Y pasé no sé cuantas eternidades desorientado, en silencio bajo la lluvia, sin saber qué coño estaba pasando. Entonces me subieron a un furgón blindado y fuímos directos a comisaría. Allí me ví, tratado como delincuente, pero sin pruebas. No fueron amables, pero no me sentí especialmente agredido. Pasé el rato sentado en un banco  con lo mejorcito de San José. Y volvieron a registrarme; esta vez pantalones y calzoncillos a los tobillos y bailecito para que caiga lo que sea, pero nada cayó. Estaban enfadadísimos, no encontraban el dichoso porro que decían haber visto.

– ¿Te lo comiste?. ¿Te lo comiste?.

Para ese entonces yo ya me reía. Mi preocupación era Alma; seguro que Gérrard había vuelto a casa y le había contado…¡Uf!, ¡eso sí que da miedo!.

Finalmente todo quedó en un interrogatorio y unas cuantas fotos de frente y de perfil y de cada uno de mis tatuajes. Me sacaron a empujones de la comisaría, sin dejarme siquiera hacer una llamada. No sé las horas que pasaron, pero fueron, sin lugar a dudas, de las más intensas que he vivido en estos casi dos años de viaje.

Al salir de la comisaría estaba totalmente desubicado, sin teléfono, sin dirección, sin nadie conocido, ni ná de ná; tan solo acerté a parar un taxi y pedirle que, por favor, me llevara a la taquería Fátima, la única referencia que tenía para llegar a casa, pero no quiso. Varios taxis después uno de ellos accedió.

Cuando llegué Alma no estaba en casa, estaba en San José con Gérrard, intentanto averiguar dóde me habían llevado para presentarse con mi pasaporte. Por supuesto, cuando regresó ya se estaba separando de mí, comprando el billete de vuelta a España y hasta aquí hemos llegado. Pero mi oratoria sí funcionó con ella.

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Con Carlos y Gérrard.

Después de un rápido paseo por San José, que realmente no ofrece mucho como ciudad, nos fuimos a Turrialba, famoso por su rafting en el río Pacuare, pero la lluvia no nos permitió hacerlo. Ni rafting, ni senderismo, ni volcanes, ni tortugas, ni ná de ná. Sólo pudimos, eso sí, disfrutar de la compañía de una preciosa pareja, Keiner y Nikole, nuestros couchsurfers.

Y así nos marchamos a Panamá, antes de lo esperado, y esperando respuesta de un helpX en la isla de Boca Brava, al otro lado de la frontera.

LA CAMISETA

Estamos sentados en una escalera de acceso al parque, a la sombra. Alma siente dolor de barriga. Una muchacha nativa pasa delante de nosotros, viste una típica falda de alguno de los pueblos de por acá. En la parte de arriba luce una camiseta del Barsa, muy ceñidita, dejando adivinar sus jóvenes pechos. Estábamos sentados en unas escalinatas en la Calle sexta de Ciudad de Guatemala.

SURFEANDO GUATEMALA

Ya visitamos Guatemala en 2007, de modo que no estaba previsto turistearlo, pero tampoco era un país de tránsito porque en la ciudad capital vive la hermana de Alma y, por supuesto, pensábamos parar una temporadita en su casa. Las cosas que nos pasaron allá las dejamos para nosotros, porque no dejó de ser un paréntesis familiar dentro del viaje. Aún así algo sí que podemos contaros.

Decidimos ir desde la frontera con México a Quetzaltenango, Xela para los amigos, porque no la conocíamos y nos habían hablado muy bien de ella. El camino resultó un pelín tortuoso. Guate-28 LOWYa habíamos Guate-14 LOWolvidado los chicken bus, y nos tocó recordarlo en un viaje de cuatro horas compartiendo asiento con un notas borracho, empeñado en hablarme en inglés, y en pedirme dinero una y otra vez, y otra, y otra… Pero no todo fué malo, fijaros que pudimos conocer una de las que a buén seguro será canción de nuestra vida.

Llegamos a Xela bien entrada la noche. El autobús paraba en las afueras, como siempre en zona conflictiva. Como siempre estábamos sin teléfono, sin WiFi, y por ende, sin opciones de comunicarnos con nuestra couchsurfer. Pero como siempre nos las arreglamos para llegar sanos y salvos a casa.

Después de todo lo que nos habían hablado, y con el recuerdo que teníamos de Guate, la verdad es que Xela nos resultó un pelín insípida. Aún así, tuvimos la suerte de asistir a clases de salsa con Néstor. Visitar los lavaderos públicos de agua tibia de Cuatro Caminos, y dar una vueltecita por la ciudad. Nos fuimos pronto. Demasiado viaje, bastante cansancio y demasiadas ganas de llegar a casa de Eva, la cuñadísima/hermanísima.

La ciudad de Guatemala apenas tiene nada que ofrecer, y el tiempo que pasamos allá apenas salimos de casa un par de veces para hacer compras, o a la cafetería de enfrente. Disfrutamos un montón de las delicias culinarias de Eva, y arrasamos con el jamón, el queso y la morcilla que se trajera de España. Allí estuvimos hasta su cumple, después continuamos con la ruta.

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 Pero no nos fuimos sin reencontrarnos con La Antigua, que sigue siendo igual de hermosa, igual de interesante. Visitamos la Casa Popenoe, que no habíamos visto en aquel viaje que hiciéramos en 2007. Y nos alegramos bastante. Tuvimos la inmensa suerte de hacer un tour privado, con un guía excepcional y un ambiente súper amigable. No por nada Alberto y Loren son seguidores de éste nuestro blog. Charlamos, descubrimos y aprendimos que la Antigua es lo que es, y es como es, porque un señor americano de nombre Wilson Popenoe hizo lo que hizo en esa casa. ¡Alucinante!, descubrimos unos platos de Fajalauza adornando la pared, y es que resulta que el señor Popenoe era de veranear en Almuñecar, no en vano, fué él quien introdujo los primeros aguacates en la zona (trabajaba en la América Fruit Company). Aprendimos que las iglesias en ruinas de la Antigua, la mayoría sin techos, no es que lo perdieran en terremotos o erupciones volcánicas, o por el paso del tiempo, es que se los quitaron para hacer cafetales. Visita obligada en La Antigua.

Como obligado es ir a comer a «la Canche», por lo barato, por lo rico, por el loro de la cocina, el atractivo de las meseras y… No sabría explicarlo, es una experiencia, no como comer en el Bully, es más bien como ser parte de una película de Berlanga o Buñuel, que en paz descansen.

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Por lo demás, hicimos nuevos amigos, conocimos personajes de lo más interesante y también de lo menos. Descubrimos el delicioso pan de banano, continuamos comiendo tortillas de maíz o de harina, como las de México pero más gruesas. Y nos fuimos de unos de los países más peligrosos del mundo, donde todos los negocios tienen un tío con arma larga en la puerta, y todos los abarrotes tienen rejas que impiden el paso al interior.

Nos íbamos tranquilos, sin novedad, a otro de los países más peligrosos del mundo: Honduras.