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SURFEANDO PANAMÁ (Tercera Ola)

En Bocas del Toro, contra todo pronóstico, vivimos un pequeño infierno.

El trabajo en el barco venía a trompicones: cuando no era la lluvia era la falta de materiales, o la falta de dinero para pagarnos. La cuestión es que el tiempo pasaba y nosotros, lejos de hacer dinero, gastábamos y gastábamos.

Al poco hice un trato con un canadiense para diseñarle unos flyers, fotos y vídeos de un tour en catamarán, el Jade Dragon. El trato era bueno, pero el canadiense se fué de viaje y nos dejó el pago a medias. Y si a esto añadimos la lluvia, la falta de turistas y factores ajenos a nosotros, el trabajo se quedó sin finalizar. 

El asunto del dinero no nos era favorable y Bocas es, sin duda, el lugar más caro de todo Panamá, pero estábamos viviendo en un velero. ¡Qué romántico!.

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El «Shadok II».

Nos visitaron incluso unos amiguetes españoles que conocieramos en el hotel. ¡Qué bonito!.

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Empezamos a pescar para autoabastecernos de comida. ¡Qué chulo!.

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Pero a medida que el tiempo pasaba, el velero se hacía más y más pequeño, los contras superaban con creces a los pros: sin internet, sin corriente eléctrica (apenas una batería para las luces), sin apenas agua potable… Aprendimos a usar el agua de mar para casi todo, a ducharnos aprovechando las fuertes lluvias, a maximizar el uso del iPad y del ordenador. Pero los inconvenientes empezaron a pasar factura en nuestro estado de ánimo, y día a día perdíamos fuerzas para continuar. Si al menos hubiésemos tenido un dingui para ir al pueblo. Si al menos nos hubiesen enseñado a arrancar el motor del barco para generar electricidad. Si al menos nos hubiesen dicho dónde cargar bidones de agua potable…

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Hacíamos guardia en cubierta por si algún vecino de barco pasaba con su dingui a tierra, de esta manera ahorrábamos 4 dólares en taxi y cargábamos los devices y mirábamos internet, y veíamos las mismas caras en los mismos sitios, y comprábamos la misma mala comida en los mismos supermercados. En una de éstas Brad, el dueño del Hotel Boca Brava, nos contactó por e-mail y nos propuso volver a terminar su bote, ¡esta vez pagándonos!. Tardamos algo más de 15 segundos en decirle que sí y una semana en marcharnos.

Una semana que dió para suplicar por agua potable en cada negocio y casa del pueblo. Una semana que dió para comprar tranchetes sueltos (el precio del paquete es prohibitivo). Una semana que dió para pelearnos con los desagradables taxistas, para…

Nos íbamos con regomeyo; atrás dejábamos a Roger solo, trabajando (o no) en el «Marita». Dejábamos un trabajo casi hecho y a medio cobrar, y la ilusión perdida de generar fondos para viajar por Sudamérica.

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También dejamos atrás bonitos recuerdos, como dormir mecidos por las olas, o el momento de descubrir como funciona el báter, las extraordinarias noches de placton, las jornadas de trabajo y charlas con Roger y las laaargas conversaciones con mi compañera…

Y así fué como un mes después, una segunda ola nos llevó de nuevo a Boca Brava.

SURFEANDO PANAMÁ (Hotel Boca Brava. Segunda Ola)

Casi ocho horas de «frigobús» desde Panamá a Horconcitos, quince kilómetros de autoestop hasta Boca Chica y una lancha hasta el Hotel Boca Brava, en la isla del mismo nombre.

Nuestro compromiso era terminar de arreglar un bote de fibra de vidrio y algún que otro trabajo de pintura, carpintería o lo que fuera… ¿Dos semanas?, ¿tres?…

El hotel en sí no está nada mal, y las condiciones del trabajo no eran malas, pero al poco de estar allá, empezamos a sufrir una alimentación hipermonótona, esto es, arroz con frijoles y pollo, cada día para el almuerzo y para la cena. Un día, y otro, y otro… Mi compañera, pelín obsesionada con la buena alimentación entró en crisis, comentó al personal de cocina, pero la respuesta fué que eso era lo que había. Yo hablé con el dueño, y el hombre hizo todo lo que pudo para variar nuestra dieta. Pero, la verdad, es que percibimos un cierto despecho por parte de algunos de los integrantes del staff del hotel. Nada grave, pero incómodo.

Los panameños no son nada fáciles (como bien decía nuestro amigo Tony), a veces rallan en la mala educación, no eran pocas las veces en que no obteníamos respuesta ante un «buenos días» o ante una pregunta cualquiera.

En cuanto al trabajo, fué grande la expectación que se creó en torno a nosotros por al arreglo del bote; nuestro modo de trabajar no era muy común por aquellos lares. ¡Cuánta razón tenía el amigo Hugo!. Las barbaridades que hacen estos panameños te hacen echarte a reír por no llorar. Ni aún con formación universitaria salen bien preparados, y es que ni los mismos profesores dan calidad a la educación. Siento ser tan duro, pero lo he vivido. Ahí tienes a Alma enseñando excel a una chica, cuyo profesor universitario no sabemos si le dieron el trabajo por bonito o por simpático (cosas ambas que dudo). Y esto es también extrapolable a la sanidad, aunque sea pagando.

Es fácil encontrar, por ejemplo, que un mecánico le cambie las zapatillas al coche y que ponga sólo una. Es fácil también que un trabajador no se presente en una semana, o dos, sin previo aviso y luego llegue como si nada. Nunca toman bien las medidas (no sabemos si lo hacen a ojo), así que en carpintería te encuentras puertas que no encajan o que se quedan cortas; en el hotel todas las puertas, sin excepción, estaban torcidas.

No es extraño, por lo tanto, que todo el que desee un trabajo bien hecho haya de recurrir a personal extranjero; los españoles estamos muy solicitados, con una titulación baja, aquí pasas directamente a director general en cualquier campo.

Así os podreis imaginar que en pocos días, buena parte del pueblo se acercase a ver cómo trabajábamos. Por ese lado nos sentíamos super bién, reconocidos y valorados. Y por otra, estábamos rodeados de belleza y animales, especialmente monos.

El universo entonces cruzó en nuestro camino a una parejita franco-española que, además de regalarnos experiencias y conversaciones súper, nos pusieron en contacto con un man en Bocas del Toro que necesitaba gente para repararle un viejo barco atunero, el «Marita«, esta vez con dinero de por medio. Y así fué como una segunda ola nos llevó de nuevo a Bocas.

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El «Marita».