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TRANSIBERIANO MOSCÚ-IRKUTSK

«Aprovechad los viajes en tren por la noche, así se gana un día» es lo que se dice siempre, pero no es del todo verdad, porque llegas reventado y sin ganas de nada, sólo de ducha, de comer y de dormir, porque en el tren, lo que se dice dormir, se duerme poco y malamente, especialmente cuando apenas estás tomando contacto con el mismísimo Transiberiano y la excitación del momento te puede.

Así llegamos a Kazán, cansados, hambrientos y sin apenas dormir. De modo que nos fuimos a casa de nuestros anfitriones “to take a rest”. La hospitalidad con la que nos trataron Masha y Dmitry superó todas nuestras expectativas, si vamos a visitar a algún familiar, no nos podrá tratar mejor de lo que esta pareja lo hizo con nosotros. Mención especial a Dmitry, que sin hablar inglés conseguía comunicarse con nosotros de maravilla; es increíble, pero incluso consiguió que mi abstemia y casi vegetariana compañera bebiese licores y comiese carne de caballo. ¡Grandes de verdad!.

Kazán es la capital de la república de Tartariztán, hablan ruso y tártaro; y como ciudad no tiene mucho que ofrecer: su Kremlim, sus iglesias, su calle peatonal y algún parque, nada que no se pueda encontrar en cualquier ciudad rusa. Destacar la visita que hicimos a un edificio inacabado que construía un viejo “no tan loco” con la ayuda de toxicómanos y alcohólicos a los que ayudaba a rehabilitarse, un proyecto digno de anuncio de Aquarius; pero el viejo murió, la obra está parada y el proyecto muerto. Ojalá y álguien continúe este maravilloso sueño.

Pero la magia llegó cuando veinte minutos después, contra todo pronóstico y de la mano de nuestros anfitriones, vimos cumplido uno de nuestros sueños:

A Ekaterinburgo llegamos, al igual que a Kazán, cansados, hambrientos y con sueño, después de una noche de Transiberiano; y de esta guisa nos fuimos al que era nuestro único objetivo: pisar la frontera entre Europa y Asia. Tuvimos que recorrer media Rusia para que bebiera mis primeros vodkas, y es que ya no soy el que era… Nuestras conversaciones con Iván sirvieron para que escribiese un artículo para su periódico, el internacionalmente conocido METRO.

La noche de nuestra partida, de nuevo en tren, se convirtió en una auténtica pesadilla, después de haber revisado una y mil veces el ticket llegamos con dos horas de retraso a la estación,  ¡porque lo que miramos una y mil veces no era la hora de partida sino el día de llegada a Irkutsk!, ¡el 22 del 4! Perdimos el tren, FUCK!. No sé lo que hubiese pasado si Iván no nos hubiese acompañado, porque yo solo no hubiera podido controlar a Alma y al mismo tiempo desarrollar un lenguaje de signos en ruso. Volvimos a comprar otros billetes para el día siguiente. Cuando escribo estas líneas, ya nos han devuelto una buena parte del importe de los tickets del tren perdido, aunque el despiste nos ha costado 60 eurazos. Pero no hay mal que por bien no venga, y el día extra pudimos asistir a la «procesión» del Domingo de Resurrección.

El tercer golpe de Transiberiano ya era más serio, tres noches y dos días y pico dentro del vagón. Puede parecer bastante claustrofóbico, pero bien aprovisionados como estábamos de té, comida, libros y alguna peli, lo llevamos bastante bien.

Y llegamos a Irkutsk, esta vez, sobre todo, con ganas de ducha. Nos esperaba en la estación Irina. Nuestro paso por la ciudad fué un poco de locos:  arreglar la visa a Mongolia, mucho turismo culinario ya sea en casa o en el exterior, y paso por quirófano para extracción de uña.  Mi compañera traía una infección en una herida causada hace tiempo, y como aquello empezaba a oler malamente acudimos a urgencias. Por cierto, no nos ha costado ni una perra, bendita seguridad social universal y gratuita, me invaden recuerdos tristes de España…

Hicimos una visita al lago Baikal, el tiempo suficiente para degustar la gastronomía típica y darme un chapuzón en sus requetefriísimas aguas (no digo congeladas porque no lo estaban, aunque aún se podían ver bloques de hielo); la cosa es que el mal rato, según la tradición, me ha supuesto diez años más de vida.

Por la noche hicimos una mini-fiesta en casa: bebimos cerveza artesana y nos acostamos tarde, de modo que al día siguiente descansamos, o dormimos la mona.

Nos esperaba un loco y largo viaje a Ulan Bator, pero eso será otra entrada.

En ésta sólo me queda dar las gracias a Irina, a Kirill y a Sacha por todo lo que nos dieron, con ellos se quedó un trocito de nuestro corazón.

SURFEANDO MOSCÚ

Hablar de Moscú después de haber visitado San Petersburgo es como hablar de Telepizza después de haber cenado en el Bully…

Veníamos con sólo tres objetivos turísticos: el metro, la Plaza Roja y la catedral de San Basilio. Por lo demás, Moscú era sólo el punto de partida del Transiberiano.

El metro está muy bien, si lo comparamos con el de San Petersburgo empatan. Aunque en Moscú es bastante más confuso, más caro y, lo peor de todo, no hay una sola palabra en cristiano.

La Plaza Roja es muy bonita, como su propio nombre indica, porque lo de roja no son tintes comunistas, ni sangre derramada en ninguna batalla ni nada por el estilo, es un juego de palabras en ruso, de modo que su significado literal es Plaza Bonita.

La Catedral de San Basilio está allí, al fondo de la Plaza Roja, sólo es comparable con la Catedral del Salvador de la Sangre Derramada en San Petersburgo. Por fuera, pudieramos darle un empate, pero el entorno de San Basilio es mucho más bonito, aunque por dentro pierde. La catedral está conformada por nueve iglesias distintas, son como pequñas capillitas unidas por estrechos pasillos y recovecos. Muy recomendable, pero menos espectacular que la de la Sangre Derramada.

Lo más interesante de Moscú está en la Plaza Roja y sus alrededores: iglesias, catedrales, monumentos, teatros, museos, bibliotecas y, por supuesto, El Kremlim, que no es el Kremlim de Rusia, es el de Mocú, y es que «Kremlines» hay muchos a lo largo de las repúblicas que conforman Rusia.

Y así pasamos cuatro días paseando por Moscú; a veces solicos, a veces con Alexander, nuestro anfitrión, a veces por el día y a veces por la noche, por la parte antigua y por la postmoderna, a pié y en coche. Un día, incluso, nos subimos en una noria. Si alguna vez vais a Moscú, que merece la pena, hacedlo antes que a San Petersburgo, y no dejéis de probar los «Chebureki» en un bar al estilo soviet (no fotos).

Nos despedimos de la ciudad a bordo del Transiberiano, pero eso será otra entrada…

 

SURFEANDO SAN PETERSBURGO

¡Y llegamos a San Petersburgo!.

Esta ciudad es probablemente el primer destino soñado de nuestra aventura, donde poner en práctica el poquísimo ruso que fuí capaz de aprender antes de la partida. ¡Y menos mal que lo aprendí!. Leer cirílico lleva su tiempo, pero soy capaz de descifrar los nombres de las estaciones de metro, los precios de un café con leche o un capuchino, tengo capacidad para elegir entre un shawarma o una ensalada, puedo pedir los tickets de metro en la ventanilla, y lo más importante, puedo decir «No le entiendo, no hablo ruso» a todas horas; es bastante divertido.

Quisiera encontrar un calificativo para esta ciudad, llevo un rato delante del ordenador sin encontrar la palabra adecuada, y mira por donde, me viene una en ruso: «вкусный» (se dice Kusna), y viene a ser algo así como «delicioso». ¡San Petersburgo es deliciosa!. Nos encanta.

Nos encantan los edificios del centro, son todos antiguos palacios de la aristocracia rusa. Hoy casi todos convertidos en museos o administraciones, según el caso.

Palacio de Invierno (forma parte del Museo del Hermitage).
Palacio de Invierno (forma parte del Museo del Hermitage).
Plaza del Palacio.
Plaza del Palacio.
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Ribera del río Neva.
Palacio de Petergoh.
Palacio de Petergoff.
Interior del Palacio de Peterhog.
Interior del Palacio de Petergoff.
Interior del Palacio de los principes Yusupov.
Interior del Palacio de los príncipes Yusupov.

Nos encantan los barrios periféricos, con modernos edificios occidentales o antiguos de los «Soviet times», según el caso.

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Nos encantan los ríos que la cruzan, los grandes como mares o los pequeños como canales, según el caso. También nos encantan los puentes que los cruzan.

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Nos encantan las iglesias, ortodoxas, luteranas o católicas, según el caso. Y por supuesto, las catedrales.

Catedral de la Virgen de Kazán.
Catedral de la Virgen de Kazán.
Interior de la Catedral de la Virgen de Kazán. (Foto prohibida)
Interior de la Catedral de la Virgen de Kazán. (Foto prohibida)
Catedral de el Salvador sobre la Sangre Derramada.
Catedral de el Salvador sobre la Sangre Derramada.
Nosotros frente a la  Catedral de el Salvador sobre la Sangre Derramada.
Nosotros frente a la Catedral de el Salvador sobre la Sangre Derramada.
Interior de la Catedral de el Salvador sobre la Sangre Derramada.
Interior de la Catedral de el Salvador sobre la Sangre Derramada.
La Iglesia Luterana de San Pedro. (aunque no lo parezca, en los "soviet times" los comunistas tenían aquí montada una piscina)
La Iglesia Luterana de San Pedro. (aunque no lo parezca, en los «soviet times» los comunistas tenían aquí montada una piscina)
Catedral de Peterhof.
Preparando un pic-nic frente a la Catedral de Peterhof.
Interior de la Catedral de San Pedro y San Pablo.
Interior de la Catedral de San Pedro y San Pablo.
Panteón del zar Nicolás II, su familia y sus fieles criados.
Panteón del zar Nicolás II, su familia y sus fieles criados en la Catedral de San Pedro y San Pablo.

Nos encantan los parques, grandes como bosques o pequeños como jardines, según el caso.

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Nos encantan los monumentos que hay salpicados por toda la ciudad, de los que sabemos el significado y a quién representan o de los que no tenemos ni idea, según el caso.

La columna de Alejandro.
La columna de Alejandro.
Columna rostral en el Cabo de la Isla Vasilievsky.
Columna rostral en el Cabo de la Isla Vasilievsky.
Pedro el Grande.
Pedro el Grande.
El Caballero de Bronce (estatua ecuestre dedicada a Pedro el Grande).
El Caballero de Bronce (estatua ecuestre dedicada a Pedro el Grande).

Nos encanta la gente por la calle, jóvenes, viejitas o borrachos, según el caso.

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Rusos al sol en el embarcadero del Fuerte de San Pedro y San Pablo.

Nos encantan las estaciones de metro, las de la línea 1 o las de otras líneas, según el caso.

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Y por supuesto, y como siempre, lo que más nos ha encantado ha sido las personas con las que hemos convivido, sean familias completas con modernos apartamentos o solteros compartiendo pisos antiguos, según el caso.

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Tatyana haciendo pancakes para desayunar.

 

Surfeando el sofá de Serge y familia.
Surfeando el sofá de Serge y familia.

 

No nos gustan los escupitajos en la calle, en ningún caso.