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SURFEANDO BRASIL

Entrábamos al país carioca casi de milagro, porque las colas en la aduana de Tabatinga eran insufribles. Embarcamos los últimos en el barco, por lo que el registro, aunque exhaustivo, no llegó a los límites que leímos en internet, aunque volverían a repetirse varias veces más a la llegada a otros puertos. Y como fuímos los últimos, ya no quedaban buenos sitios para colgar la hamaca.

En estos barcos, el viaje se hace en un espacio común donde cada cual cuelga su propia hamaca. Hay que tener cuidado con las cosas, pero el ambiente es agradable y es fácil encontrar locales y viajeros para pasar el rato. Pero eso de navegar el Amazonas suena mucho más romántico y aventurero de lo que en realidad es.  El paisaje es monótono, aunque los atardeceres y las estrellas son espectaculares. La comida no es mala, pero el tercer día ya resulta pesadita. Se pueden avistar delfines, y bajar en cualquier puerto a beber, porque en el barco el alcohol está prohibido. Para nosotros los tres días y sus noches resultaron el escenario perfecto para la lectura.

Son casi 2.000 kms los que separan Tabatinga de Manaos. Para nosotros es el Amazonas, para ellos es el Solimões, que sólo cuando se une al río Negro es puramente Amazonas. Y es ahí, en ese encuentro entre los dos ríos, ya casi llegando a la capital del Estado de la Amazonía de Brasil, cuando ocurre la magia.

La unión de los ríos Solimões y Negro es un verdadero capricho de la naturaleza. El uno es color café con leche, el otro negro (color té negro); el uno transporta sedimentación alcalina, el otro la arrastra ácida; el uno es tibio y lento, el otro es frío y rápido. Aunque sean almas gemelas, el encuentro, con tales diferencias, es harto difícil. Por decenas de kilómetros luchan sin mezclarse, hasta que finalmente se funden dando origen al Amazonas. Pero nosotros no llegaríamos tan lejos.

Bajamos en la recalurosa Manaos, una ciudad que bien podría ser la capital del caos. Y aunque está plantada en el corazón de la selva amazónica, ofrece bastante poco a nivel turístico, y lo que ofrece no está dentro de nuestro interés o bien de nuestro presupuesto.

Las ganas de volver a España se hacían más y más grandes y las ya cercanas fechas navideñas hicieron que nos decidiéramos a volver directamente a casa y dejar Brasil marcado como un enorme e interesante país al que  volver, sin lugar a dudas. Así que nuestra estancia en Manaos estuvo marcada por la compra del vuelo de regreso a España.

Pasamos con Marcel, nuestro couchsurfer, una agradable semana, donde hubo espacio para la compra del vuelo, para experimentar de nuevo con la Ayahuasca y para manifestarse en las calles.

La compra del vuelo resultó harto difícil, hubo que solicitar inclusive ayuda desde España, pero lo conseguimos, y así el día 30 de diciembre volaríamos desde Sao Paulo a España. La sorpresa estaba preparada, llegaríamos la noche del 31 de diciembre gracias a nuetros amigos Koke y Lara.

Nuestro paso por Brasil coincidía con un momento político bastante intenso. Hubo una macromanifestación en todo el país, que sorprendentemente en este caso era para apoyar al Gobierno; la derecha no conforme con el resultado de las elecciones amenazaba con un golpe de estado, pero esta vez ganó la calle por goleada.

Entretanto, tuvimos nuestra ceremonia de Ayahuasca en una comunidad religiosa; aquí lo llaman Daime, por aquello de «daime luz». Íbamos todo emocionados, pero para Alma no pasó de un ataque de risa y para mí, ná de ná again. Probablemente los cantos en portugués no nos guiaron al trance; y es que el portugués hablado despacito se entiende, pero de corrido no pillas ni jota. Quien sí se fué tres pueblos fué nuestro compañero Marcel. Muy buen cocinero, por cierto.

Y como había que esperar unos diítas más para nuestro vuelo a Sao Paulo, nos fuímos a casa de Stefan, un couchsurfer alemán. Esto fué ya el relax total; la casa para nosotros solos, porque Stefan apenas paraba más que para dormir. Nuestro aire acondicionado, nuestra piscina; rabia nos daba de tener que salir a comprar.

Y llegó el día 24 y pasamos la Nochebuena de aeropuerto en aeropuerto: 3 aviones y cuatro depegues con su cuatro aterrizajes. Nuestra cena de Navidad fueron unas empanadas para Alma y una hamburguesa para mí.

A la llegada al aeropuerto de Sao Paulo estaban esperando nuestros nuevos couchsurfers, Diego y Aline. Nos encantó que vinieran a buscarnos. Con ellos estuvimos el tiempo justo para terminar el Call of Duty, pasar un par de veladas encantadoras y mentalizarnos de la vuelta a casa, una mentalización que casi nos lleva al divorcio porque ya empezábamos a sufrir la crisis que se avecinaba tras dos años outside the system.

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Con Diego y Aline.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SURFEANDO COLOMBIA (Segunda Ola)

Esta vez habíamos reservado plazas con antelación en la cabina de la pickup y en la ruta más corta y más decente, ¡sólo 5 horas!. Cómo cambió el cuento esta vez. Lo más chungo del camino eran los puentes en las quebradas, a base de tablones. Y esta vez pudimos disfrutar del hermoso paisaje verde, constituido en su mayor parte por grandes fincas de ganado, a la par que de los desgarrados temas de «amor y despecho» que la emisora de radio emitía, a los que siguieron temas del archiconocido vallenato colombiano (salsa para los apócrifos en la materia). Pero lo más espectacular del viaje fué la facilidad con la que los colombianos y colombianas hablan de sus flirteos extramaritales, es algo como muy asumido el papel de cornuda de la mujer y del de mujeriego del hombre. Pocos son los matrimonios que siguen largos años con el primer núcleo que se formó.

No me cansaré de repetir la cantidad de buena gente que hay en el mundo. Fué termiando el trayecto cuando una de nuestras acompañantes de viaje nos invitó a pasar la noche en su casa para continuar el viaje al día siguiente a Bogotá. Y así fué como sin proponérnoslo pernoctamos en El Paujil gracias a Dina y a Estela.

La vida de Dina no ha estado marcada por la fortuna, su hermano fué asesinado por los paramarilitares y su padre desaparecido. Y recientemente ha superado un cáncer de ovarios gracias a las hierbas que le dió su yerbatero.

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Con Dina y Estela.

Y llegamos a Bogotá, ciudad que no teníamos previsto visitar, ya que nos habían hablado no muy bien de ella, y, sin embargo, nos sorprendió muy gratamente.

El sistema de transporte en Bogotá nos fastidió un poco la llegada, los autobúses que nos llevaban a casa de nuestro couchsurfer solo  admiten pasajeros que porten la tarjeta de la compañía, así que ahí estábamos viendo como pasaba uno y otro y otro… sin poder subirnos, hasta que un buen señor con el que estábamos conversando hizo uso de la suya y nos pagó el viaje. De nuevo, la gente buena abunda.

Nuestra estancia en Bogotá estaba determinada por la compra del vuelo a Leticia, así que la estancia nos dió casi para dos semanas.

En la primera semana David, nuestro couchsurfer, nos sorprendió con la visita a la Catedral de la Sal, construida en el interior de las minas de sal de Zipaquirá. ¡Sorprendente!.

Y en la segunda semana, en casa de Mauro, nos dejamos sorprender por el bonito casco histórico de Bogotá, el barrio de La Candelaria, donde degustamos el té de coca. Mauro no es couchsurfer, Mauro fué uno de los compañeros de fatigas en la parte trasera de la pickup en el dificultoso viaje de San Vicente a La Macarena, y no dudó en invitarnos a pasar unos días en su casa (ya se sabe, los momentos difíciles unen mucho).

Hubiéramos podido ver y hacer mucho más, sin duda, pero a estas alturas del viaje, ya solo queremos descansar, descansar y descansar; además que Bogotá no es una ciudad fácil para moverse, los trayectos se hacen eternos debido al tráfico y los autobúses megaabarrotados y la inseguridad y…

Y, por fin, llegó el día D y nos fuímos a Leticia, ciudad fronteriza con Brasil. El aterrizaje en Leticia ha sido, sin duda, el más bonito que hayamos hecho nunca. El paisaje desde el avión es una auténtica belleza, no cabe un alfiler entre tanto árbol, y es que estamos hablando del mismísimo Amazonas.

Llegábamos un domingo y como contraste nos encontrábamos con una ciudad sucia y casi desierta, la visión era bastante deprimente. Pero todo cambió al día siguiente, las calles cobraron vida y amanecieron mucho más adecentadas. Hicimos nuestras pesquisas para averiguar sobre el trayecto por el Amazonas hacia Manaos, Brasil, y de camino contratamos un tour por la zona, después de disfrutar de un maravilloso desayuno a base de jugo de lulo, al que somos adictos, con buñuelos (unas bolas de masa dulces de queso que nada tienen que ver con los buñuelos de España). Y al atardecer disfrutamos en el Parque de Santander de la llegada de los loros. Impresionante algarabía y baile acrobático de centenares de loros. Y por la noche descubrimos las tapiocas, pan de harina de yuca, que nos comimos bajo una tromba de agua.

Como siempre, huyendo del turisteo, hicimos un tour fuera de lo convencional, de hecho, íbamos solos con el guía. Gracias a dios, el enemigo público número uno, los mosquitos, fueron bastante amables con nosotros y el paseo por la selva fué bastante agradable. Vimos al mono más enano de América, el mono leoncito; conocimos al árbol caminante; visitamos la Reserva Natural Victoria Regia donde crece la planta victoria regia, su única hoja puede alcanzar los 3 metros de diámetro, aunque ahora no estaban muy grandes, posee la flor mas grande de los lirios de agua, también se la conoce como flor de lotto; y fuímos espectadores de la espectacular llegada de las golondrinas, miles y miles se aglomeran en un punto en el espacio para ir bajando ordenadamente en grupos a sus respectivas ramas a dormir. Está claro que a las 5 de la tarde todos los pájaros se van a la cama. A todo esto hay que añadir las historias del lugar, llenas de seres de otros mundos que a veces se dan un garbeo y cofraternizan con el personal.

Y a la mañana siguiente, entre carreras entre oficinas de migración, y dos horas de cola, llegamos milagrosamente justo cuando el barco se  disponía para zarpar rumbo a Manaos. Ya estábamos en Brasil.

Atrás quedaba Colombia, un país muy bacano. Cuando se dice Colombia lo primero que viene a la mente son las palabras en mayúsculas VIOLENCIA y DROGA, un lastre que les pesa muchísimo. Para hacer honor a la verdad, algo de violencia sí que hemos encontrado. En Medellín, nada más llegar, aún con las mochilas a cuestas fuímos testigos a la entrada del metro de un enfrentamiento entre jóvenes y policías, y otro de los días que fuímos a jugar al casino, estando nosotros dentro, asesinaron a un hombre de un disparo en la avenida que pasa justo al lado. Pero ésta es toda la violencia que hemos visto. Y en cuanto a la droga, sí, es verdad, hay, y a precios ridículos.

Colombia es grandiosa por su gente y tiene mucho por explorar, pero no solo por los turistas sino por los mismos colombianos, que prácticamente no la conocen, no en vano es un país donde el gobierno no interviene en el 60% de su territorio. Tiene una variedad inmensa de frutas: el sabor dulce de las granadillas es espectacular, el tomate de árbol es una fruta con  gusto final a tomate, el jugo de lulo es impresionante, y así un sinfín. Al café lo llaman «tinto» y al café con leche «perico»; pero, para su desgracia, ellos toman solo el café malo porque el bueno se destina a la exportación. Encontrarás comidas como el ajiaco, el sancocho, la lechona, la mazamorra; y bebidas como el masato, preparada con maíz o el guarapo, hecho de panela. La panela, el azúcar sin refinar de la caña de azúcar, es un pilar base en la alimentación colombiana. El pan que venden suele ser dulce, encontrarás una gran variedad, entre ellas las almojábanas, e innumerables panaderías, pero es difícil encontrar pan salado, debes de ser muy explícito porque inclusive las pizzas tienen su masa dulce. En fin, mucho bueno en este inmenso país de gente amable.

Y ahora comenzaba nuestra ÚLTIMA OLA.