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SURFEANDO COLOMBIA (Segunda Ola)

Esta vez habíamos reservado plazas con antelación en la cabina de la pickup y en la ruta más corta y más decente, ¡sólo 5 horas!. Cómo cambió el cuento esta vez. Lo más chungo del camino eran los puentes en las quebradas, a base de tablones. Y esta vez pudimos disfrutar del hermoso paisaje verde, constituido en su mayor parte por grandes fincas de ganado, a la par que de los desgarrados temas de «amor y despecho» que la emisora de radio emitía, a los que siguieron temas del archiconocido vallenato colombiano (salsa para los apócrifos en la materia). Pero lo más espectacular del viaje fué la facilidad con la que los colombianos y colombianas hablan de sus flirteos extramaritales, es algo como muy asumido el papel de cornuda de la mujer y del de mujeriego del hombre. Pocos son los matrimonios que siguen largos años con el primer núcleo que se formó.

No me cansaré de repetir la cantidad de buena gente que hay en el mundo. Fué termiando el trayecto cuando una de nuestras acompañantes de viaje nos invitó a pasar la noche en su casa para continuar el viaje al día siguiente a Bogotá. Y así fué como sin proponérnoslo pernoctamos en El Paujil gracias a Dina y a Estela.

La vida de Dina no ha estado marcada por la fortuna, su hermano fué asesinado por los paramarilitares y su padre desaparecido. Y recientemente ha superado un cáncer de ovarios gracias a las hierbas que le dió su yerbatero.

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Con Dina y Estela.

Y llegamos a Bogotá, ciudad que no teníamos previsto visitar, ya que nos habían hablado no muy bien de ella, y, sin embargo, nos sorprendió muy gratamente.

El sistema de transporte en Bogotá nos fastidió un poco la llegada, los autobúses que nos llevaban a casa de nuestro couchsurfer solo  admiten pasajeros que porten la tarjeta de la compañía, así que ahí estábamos viendo como pasaba uno y otro y otro… sin poder subirnos, hasta que un buen señor con el que estábamos conversando hizo uso de la suya y nos pagó el viaje. De nuevo, la gente buena abunda.

Nuestra estancia en Bogotá estaba determinada por la compra del vuelo a Leticia, así que la estancia nos dió casi para dos semanas.

En la primera semana David, nuestro couchsurfer, nos sorprendió con la visita a la Catedral de la Sal, construida en el interior de las minas de sal de Zipaquirá. ¡Sorprendente!.

Y en la segunda semana, en casa de Mauro, nos dejamos sorprender por el bonito casco histórico de Bogotá, el barrio de La Candelaria, donde degustamos el té de coca. Mauro no es couchsurfer, Mauro fué uno de los compañeros de fatigas en la parte trasera de la pickup en el dificultoso viaje de San Vicente a La Macarena, y no dudó en invitarnos a pasar unos días en su casa (ya se sabe, los momentos difíciles unen mucho).

Hubiéramos podido ver y hacer mucho más, sin duda, pero a estas alturas del viaje, ya solo queremos descansar, descansar y descansar; además que Bogotá no es una ciudad fácil para moverse, los trayectos se hacen eternos debido al tráfico y los autobúses megaabarrotados y la inseguridad y…

Y, por fin, llegó el día D y nos fuímos a Leticia, ciudad fronteriza con Brasil. El aterrizaje en Leticia ha sido, sin duda, el más bonito que hayamos hecho nunca. El paisaje desde el avión es una auténtica belleza, no cabe un alfiler entre tanto árbol, y es que estamos hablando del mismísimo Amazonas.

Llegábamos un domingo y como contraste nos encontrábamos con una ciudad sucia y casi desierta, la visión era bastante deprimente. Pero todo cambió al día siguiente, las calles cobraron vida y amanecieron mucho más adecentadas. Hicimos nuestras pesquisas para averiguar sobre el trayecto por el Amazonas hacia Manaos, Brasil, y de camino contratamos un tour por la zona, después de disfrutar de un maravilloso desayuno a base de jugo de lulo, al que somos adictos, con buñuelos (unas bolas de masa dulces de queso que nada tienen que ver con los buñuelos de España). Y al atardecer disfrutamos en el Parque de Santander de la llegada de los loros. Impresionante algarabía y baile acrobático de centenares de loros. Y por la noche descubrimos las tapiocas, pan de harina de yuca, que nos comimos bajo una tromba de agua.

Como siempre, huyendo del turisteo, hicimos un tour fuera de lo convencional, de hecho, íbamos solos con el guía. Gracias a dios, el enemigo público número uno, los mosquitos, fueron bastante amables con nosotros y el paseo por la selva fué bastante agradable. Vimos al mono más enano de América, el mono leoncito; conocimos al árbol caminante; visitamos la Reserva Natural Victoria Regia donde crece la planta victoria regia, su única hoja puede alcanzar los 3 metros de diámetro, aunque ahora no estaban muy grandes, posee la flor mas grande de los lirios de agua, también se la conoce como flor de lotto; y fuímos espectadores de la espectacular llegada de las golondrinas, miles y miles se aglomeran en un punto en el espacio para ir bajando ordenadamente en grupos a sus respectivas ramas a dormir. Está claro que a las 5 de la tarde todos los pájaros se van a la cama. A todo esto hay que añadir las historias del lugar, llenas de seres de otros mundos que a veces se dan un garbeo y cofraternizan con el personal.

Y a la mañana siguiente, entre carreras entre oficinas de migración, y dos horas de cola, llegamos milagrosamente justo cuando el barco se  disponía para zarpar rumbo a Manaos. Ya estábamos en Brasil.

Atrás quedaba Colombia, un país muy bacano. Cuando se dice Colombia lo primero que viene a la mente son las palabras en mayúsculas VIOLENCIA y DROGA, un lastre que les pesa muchísimo. Para hacer honor a la verdad, algo de violencia sí que hemos encontrado. En Medellín, nada más llegar, aún con las mochilas a cuestas fuímos testigos a la entrada del metro de un enfrentamiento entre jóvenes y policías, y otro de los días que fuímos a jugar al casino, estando nosotros dentro, asesinaron a un hombre de un disparo en la avenida que pasa justo al lado. Pero ésta es toda la violencia que hemos visto. Y en cuanto a la droga, sí, es verdad, hay, y a precios ridículos.

Colombia es grandiosa por su gente y tiene mucho por explorar, pero no solo por los turistas sino por los mismos colombianos, que prácticamente no la conocen, no en vano es un país donde el gobierno no interviene en el 60% de su territorio. Tiene una variedad inmensa de frutas: el sabor dulce de las granadillas es espectacular, el tomate de árbol es una fruta con  gusto final a tomate, el jugo de lulo es impresionante, y así un sinfín. Al café lo llaman «tinto» y al café con leche «perico»; pero, para su desgracia, ellos toman solo el café malo porque el bueno se destina a la exportación. Encontrarás comidas como el ajiaco, el sancocho, la lechona, la mazamorra; y bebidas como el masato, preparada con maíz o el guarapo, hecho de panela. La panela, el azúcar sin refinar de la caña de azúcar, es un pilar base en la alimentación colombiana. El pan que venden suele ser dulce, encontrarás una gran variedad, entre ellas las almojábanas, e innumerables panaderías, pero es difícil encontrar pan salado, debes de ser muy explícito porque inclusive las pizzas tienen su masa dulce. En fin, mucho bueno en este inmenso país de gente amable.

Y ahora comenzaba nuestra ÚLTIMA OLA.