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SURFEANDO HONDURAS

Entramos a Honduras por Copán Ruinas, un pueblito que, según todo guatemalteco, es lo único que merece la pena de este país. «Aparte de Copán no hay nada, es mejor que sigan directos a Nicaragua, que es precioso y baratísimo». Tantas veces nos dijeron esto que nos lo creímos.

Así aterrizamos un martes en Copán, en el Hotel & Hostal Yaxkin Copan, regentado por dos hermanas majísimas, amabilísimas y muy divertidas. El pueblo no está mal, es tranquilo, especialmente entre semana, y su atractivo principal son sus ruinas mayas.

Así que nos adentramos, por enésima vez, en una de las mejores ruinas que existen. Porque no lo dudéis, las mejores ruinas siempre son las del lugar en el que os halléis en ese momento. Es posible que en esta antigua ciudad, la del rey 18 Conejo, cambie la arquitectura o la orientación de las pirámides o la forma de los ladrillos, o que haya no sé qué geroglífico súper o yo que sé qué. Para nosotros, insistimos, no dejan de ser más de lo mismo. Además teniendo en cuenta que las entradas no son especialmente económicas (15$ en este caso) y prescindiendo de guía, nunca llegamos a descubrir los pormenores de cada una de estas antiguas ciudades regadas por Centroamérica.

Después de Copán Ruinas, la costa caribeña, en el norte, se presentaba como lo más interesante, pero nos pilló, como casi siempre, en temporada de lluvias. Tampoco es barato, así que decidimos irnos directamente a Tegucigalpa, Tegus para los amigos, para hacer escala y continuar rumbo a Nicaragua.

Como siempre llegamos más o menos tarde, aunque aún era de día. Y menos mal, porque como viene siendo habitual, el bus te deja en una de las zonas feas de la ciudad. Nos las arreglamos para que un taxi nos cobrase un precio justo por llevarnos al barrio donde nos esperaba nuestro couchsurfer: Tony.

Y el couchsurfer resultó ser una familia numerosa, una casa en la que podían dormir un día cinco personas y al día siguiente doce. Compartir unos días con la «manada», como diría Tony. Resultó ser una experiencia exquisita. Se ganan la vida regentando un colegio, y es que en Tegus la mayoría de las escuelas son privadas, pero no son proyectos multimillonarios con cientos de alumnos que pagan un dineral, aquí son pequeños centros con pocos alumnos regados por toda la ciudad. Muy interesante el concepto.

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No necesitábamos más que estar con ellos, y charlar, y reír para ser felices. No necesitábamos salir a la calle para disfrutar a tope de Tegucigalpa. Pero salimos. Salimos de día, y salimos de noche. Y fuímos, como tiene que ser, a tomar un calambre al «Tito aguacate», donde además probamos los huevos de tortuga.

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Puede que Tegus no sea la ciudad más bonita de América, pero tiene algo que la hace especial. A pesar de ser sucia y encontrar montañas de basuras en medio de las calles, resultaba muy atractiva y entretenida. Es posible que fuese la compañía que teníamos. Es una ciudad súper peligrosa. Los bancos tienen varios cajeros en la calle y uno dentro; el personal prefiere hacer una hora de cola antes de sacar pasta en plena calle. También es una ciudad súper religiosa. La mezcla es muy curiosa, porque los delincuentes, por muy malos que sean, también son muy creyentes; tanto es así, que los buses ponen música religiosa, porque así, en caso de ser asaltados, es posible que los vándalos se echen para atrás. Algunos taxis llevan biblias en el salpicadero por la misma razón. El origen de tanta delincuencia es el mismo que en todos los países vecinos: la droga. Aquí los cárteres son de barrio; el tráfico no es de grandes cantidades, pero ha sido suficiente para convertir a Tegus en una «ciudad sin ley» por muchos años. Nació en estos tiempos el sicariato, que desgraciadamente aún persiste. La corrupción política, por supuesto ayudó en este desenlace. Aunque parece ser que la cosa está cambiando; desde hace unos años la policía está recibiendo cursos de capacitación, sueldos decentes y una limpia importante de corruptos. Esperemos que sigan por buen camino.

Nos sorprendió de Honduras el adelantado feminismo que tienen, y es que a diferencia de sus países vecinos, las mujeres tienen algo que decir, y con frecuencia lo que dicen es «Vete a la verga a joder a tu madre» y tan anchas se quedan. Y si sufren maltrato, hay un par de asociaciones a las que dirigirse que tampoco se andan con chiquitas. También nos sorprendió la cantidad de borrachos tirados en cualquier parte. El índice de personas que beben hasta no poder más y caen donde les pille es realmente alarmante.

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Pero en política están donde todos, asqueados por la corrupción y la poca vergüenza de sus gobernantes. Cada viernes y cada sábado, el país sale a la calle a manifestarse con antorchas, a gritarle a JOH (Juan Orlando Hernández, el presidente) que se marche, a pedir a las instituciones internacionales que se den una vueltecita por allí, y a desahogar la rabia y la impotencia que sienten cuando ven como su clase política roba con descaro los fondos de sanidad, mientras sus enfermos mueren por falta de asistencia y medicamentos. Yo fuí. Y grité indignado. Y me emocioné al ver a los abuelitos, los ricos, los pobres, los hippies y los pijos unidos por una misma causa. Cómo me acordaba del 15M… Luego rematamos el día con un tour de cantinas que recordaré siempre. Por cierto, por aquí tambien ponen tapas, aunque aquí las llaman bocas.

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Nos podríamos haber quedado dos días más, o dos semanas más, disfrutando con esta maravillosa familia. Degustando los exquisitos platos que se hacen por aquí, como las baleadas, el tapao, la sopa de capirotada o las pupusas. Pero estamos en lo que estamos. Nicaragua nos esperaba. Ya teníamos couchsurfer en León. Así que carretera y manta. Pusimos rumbo al país sandinista.