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LA ABUELA AYAHUASCA

Llegamos a México con la firme intención de experimentar el chamanismo, el Peyote y todo aquello que se nos cruzase por el camino. Y “la Abuela Ayahuasca» nos encontró en casa de Ximena nada más aterrizar en Tijuana.

La Ayahuasca es una planta usada por los pueblos nativos amazónicos para sanar tanto física como espiritualmente.

Aunque a algunos os quieran convencer de que no es más que una planta alucinógena, lo cierto es que para nosotros va mucho mas allá. No se trata de algo recreativo, es más bien una experiencia mística, un camino de encuentro con nuestro propio espíritu, con nuestro ser esencial.

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La «facilitadora», que así es como se llama a la persona que guía la ceremonia, en este caso Sofía, conocía y experimentaba Un Curso de Milagros, al igual que nosotros, y esto nos sirvió como nexo de unión; utilizar un lenguaje común nos ayudó a comprender lo que estábamos a punto de experimentar.

Charlamos unos días antes del ritual, nos explicó que lo normal es tener vomitonas o cagaleras, por ello se te provee de un cubo durante la ceremonia; que puedes reir o llorar, o bailar, o tener miedo, o una alegría inmensa o una pena feroz. Nos explicó que «la Abuela» es la que sabe, es la que guía, ella te habla, te hace ver, te da aquello que necesitas o te quita lo que te sobra, pero nunca te hará pasar por algo que no puedas soportar.  Sofía entretanto cuidaría de nosotros durante toda la ceremonia.

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Nos preparamos durante varios días con una dieta bastante estricta: ninguna carne o producto de origen animal, ni harinas, ni cafés, ni alcohol, ni sexo… y el día de marras sólo agua. Entretanto leímos y aprendimos cuanto pudimos sobre ella. Normalmente las ceremonias se hacen para varias personas, pero nosotros tuvimos la suerte de estar solos con la «facilitadora».

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Para mí las espectativas eran enormes, pero ocurrió lo peor que puede ocurrir: no entré, no experimenté nada, «la Abuela» no me habló. Yo quería escucharla, quería saber, conocer, experimentar, ver, aprender… Pero nada sucedió. Lo intenté con una segunda dosis, pero no sirvió tampoco.

Entretanto mi compañera comenzó un viaje maravilloso, pudo navegar a través de su inconsciente, más allá de los sentidos terrenales, más allá de su cuerpo. «La Abuela» le hablaba, y ella la escuchaba, y aprendía, y trabajaba con lo más profundo de su ser. Yo la veía llorar, y llorar, y llorar más. Y se movía, y cambiaba de postura, y metía la cabeza en el cubo de vomitar pero no vomitaba, lloraba, y gritaba… Me sentía feliz por ella, pero muy decepcionado por mi «no experiencia».

Después del trance Alma estaba llena de felicidad. Experimentó su cuerpo sin ser manejado por ella misma, y es que «la Abuela» se lo tomó prestado para bailar al ritmo que marcaban los ícaros (cantos de poder), para limpiarla, para arrancar de su interior algún tipo de porquería que no sé si alguna vez seremos capaces de saber lo que era. Tuvo la oportunidad de observar el mundo con otros ojos, de mirar adentro de sí misma y escuchar lo que su cuerpo le hablaba. Sintió mucho miedo en ocasiones pero también mucho amor.

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Hoy comprendo que a mí «la Abuela» me dió lo que me tenía que dar en ese momento, ni más ni menos. Y aunque me sentí «ninguneado» en aquel momento, no guardo ningún rencor. Con la perspectiva del tiempo, y depués de hablar con Sofía y Ximena (la promotora), creo que cometí un error, y es que no me presenté a «la abuela» tal como yo soy, tal como yo siento, dejé mi sentido del humor, mi espontaneidad y mi frescura y me presenté ante ella en un estado «místico-consciente» que no me correspondía. No se puede engañar a «la Abuela». La próxima vez no dejaré de ser yo mismo.

MANIFIESTO AYAHUASCA