SURFEANDO NICARAGUA

Llegamos a la frontera de Nicaragua un poco excitados por todo lo que nos habían hablado del país. Nos adentrábamos en un país supuestamente comunista, o sandinista, donde encontraríamos carteles con fotos del Ché o de Chávez por todas partes. Un país en el que supuestamente el pueblo está conforme con las acciones de sus gobernantes. Pero resultó que no es tan así, ahora el presidente quiere hacer un canal, como el de Panamá, pero en Nicaragua, cargándose el Lago Cocibolca, y por añadidura, medio país. El pueblo, por supuesto, no está conforme con tamaña locura, pero la pela es la pela, y los chinos han venío con las sacas llenas de oro… Veremos a ver qué pasa.

Lo primero que nos dijeron al entrar al país fué:
– Son los primeros españoles que (pulgar arriba) han pasado por aquí en ocho años que llevo de servicio. Por lo general son todos unos malcriados.
Lo segundo que nos dijeron fue:
– Muchachos, tienen que pagar un impuesto municipal de un dólar.

Nos subimos a un chicken bus que nos llevaría a Ocotal para hacer transbordo a Estelí, donde tomar el bus a León donde nos esperaba nuestro couchsurfer. Nos tocó hacer el viaje en el fondo del pasillo, sentados sobre las mochilas. Después de varias horas y un par de registros policiales llegamos a Estelí. Pudimos comprobar como la gente por un puñadito de dólares, lleva paquetes cerrados de un sitio a otro y se meten en verdaderos líos.

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En Estelí el autobús a León ya había salido, así que tocaba pasar la noche allá, maldiciendo al couchsurfer de nuestro destino porque no daba señales de vida.

Estelí es una ciudad productora de cigarros, hay yo no sé cuantas fábricas, y el ochenta por ciento de la población vive de eso. Y como estábamos allí, decidimos visitar algunas de las fábricas para ofrecerles reportajes de foto y vídeo. No salió el negocio, pero pudimos hacer una visita guiada gratis.

Fue en Estelí donde empezamos a experimentar el carácter un tanto bastante antipático de los nicaraguenses.

Definitivamente el de León nos dejó tirados, así que nos fuímos directamente a Managua, donde nos esperaba nuestro siguiente couchsurfer. Llegamos de noche, tarde, cansados y hambrientos. Le alquilamos a un muchacho el teléfono para llamar a nuestro nuevo anfitrión que, ¡oh sorpresa!, no nos podía alojar. Se nos vino el mundo encima. ¿Qué coño pasa con el couchsurfing aquí?… La primera opción era hacer noche en la estación, dormir por turnos y esperar a mañana para irnos a Granada, porque Managua sin amigos no nos interesaba. Pero la estación era impracticable, demasiada suciedad, cucarachas, ratas y asientos rotos e incómodos. Nos metieron miedo en el cuerpo y nos fuimos en taxi a un hostel, donde supuestamente tenían internet, y lo tenían, pero no funcionaba. Y la nena de recepción se ganó nuestra antipatía en dos minutos. Y nos sentíamos mal, tristes y frustrados. Queríamos irnos de Managua. Teníamos la esperanza de que al llegar a Granada, ciudad turística por excelencia, todo cambiaría.

Por la mañana nos levantamos, nos cargamos las mochilas y andamos como una hora con un calor sofocante hasta llegar de nuevo a la estación. Y en la estación no salían los buses a Granada. ¿Pero qué mierda nos pasa con este país?.

Ya no estamos contentos, las gentes no son amables, los transportes no son sencillos, tenemos hambre, tenemos sed. Nos acordamos de las maravillas que nos contaron de por aquí, y nos damos cuenta de la importancia que tiene la percepción de las cosas.

Llegamos a Granada, esta vez de mañana, con tiempo. Entramos en un bar con wifi a mirar internet, a buscar un lugar decente donde quedarnos un par de días y disfrutar un poquito de esta ciudad que sí, se ve bastante bonita. Mientras yo espero en la plaza con los macutos, Alma hace prospección de alojamientos y, finalmente, terminamos en «Entre Amigos». Es hora de empezar a disfrutar.

Coincidimos allí con un grupito muy simpático de viajeros, y aproveché la coyuntura para salir un ratito de fiesta con Marta, «Marturri». Empezamos tomando media docena de micheladas. Continuamos bailando y tomando ron en algo parecido a una disco donde éramos los únicos guiris. Un policía de paisano nos advirtió que el chico que nos acompañaba era un ladrón (no nos robó, pero hubo estafa). Acabaríamos bien entrada la mañana cantando por Lola Flores y el Pescailla en plena calle, mientras Alma me buscaba por las calles de amanecida.

Nicaragua-31 LOW
Marturri y yo, de amanecida.

Granada está bien, es una ciudad colonial bonita, supuestamente la primera que se fundara en Centroamérica. A nosotros nos recordaba a La Habana, tanto por su arquitectura como por sus gentes, salvando las diferencias, por supuesto. De sus edificios el más interesante resultó ser sin duda las fantasmagóricas ruinas del antiguo Hospital San Juan de Dios. En el mercado se come muy baratico, pero es que Nicaragua no es en vano el país centroamericano más barato. Fué aquí donde aprenderíamos a llamar gallo pinto al arroz blanco con frijoles. También podemos hacer mención en esta preciosa ciudad al otro lado del charco de la «malafollá granaina». No nos van a la zaga, tienen grandes dosis.

Granada está ubicada al borde del Lago Cocibolca, con más de 360 isletas producto de una avalancha de piedra y lodo que se desprendió de las laderas del volcán Mombacho; a un lado todas son privadas, donde ricachones gringos y europeos se construyen mansiones vacacionales; al otro lado son públicas, llenas de locales que se dedican a la pesca. Por supuesto, visitamos estas segundas.

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Y después de Granada, la Isla de Ometepe se convierte en el siguiente destino por excelencia. Es una isla formada por la unión de dos volcanes a los que nos dió pereza subir, por aquello de andar seis horas cuesta arriba. Llegábamos a Ometepe con la ilusión de alojarnos en un “Pueblo Hotel”, lo que nos permitiría convivir con los isleños y apreciar sus rutinas, pero no resultó como esperábamos; no dejaba de ser una habitación a un precio bastante más caro de lo que podíamos encontrar en el pueblo, y ni convivencia ni nada. Así que tras un bochornoso malentendido, y un regateo en el precio nos quedamos a pasar la noche porque el caminito de vuelta a pie nos daba urticaria sólo de pensarlo. Y al día siguiente de vuelta a un hostel de toa la vida y a alquilarse una motillo para recorrer los spots más interesantes de la isla. Destaca de entre ellos la Punta Jesús María, donde un estrecho de tierra se extiende dentro del lago y las olas vienen de ambos lados, y chocan entre ellas.

Dos días nos fueron suficientes en esta isla de lago, porque, aunque está bien, no nos pareció nada del otro mundo.

Y bastante desencantados con este país y con sus gentes, nos marchamos a Costa Rica, a ver qué tal. Ya teníamos couchsurfer en San José. Y eso a nosotros nos llama, nos gusta, nos pone… Y como buenos couchsurferos que somos, nos fuimos a couchsurfear a otro país.

Y le damos la razón a nuestro buen amigo Tony: «Ya lo veréis vosotros mismos que Nicaragua no es para tanto.» Aunque solo vimos un poquitico.

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