SURFEANDO MONGOLIA

¡Mongolia!. Escribo esta entrada, como es habitual, a toro pasado; lo hago desde un tren en China, apenas unas horas después de haber dejado atrás el que era una de los más soñados destinos del viaje. Es hora de ordenar recuerdos, de resumir todas las experiencias vividas y plasmar en pocas líneas el revoltijo de sentimientos que nos llevamos de allí. (Pido disculpas por anticipado porque creo que la extensión de este post se me va de las manos).

Quedaban apenas diez minutos para que el tren arrancase y dejásemos atrás el país de las gers. Estaba detenido en la comisaría de la estación acusado de fumar un cigarrillo (en Mongolia está prohibido fumar tabaco). Trataba de explicarle al policía que habíamos gastado hasta el último tugrik porque nos íbamos del país, y que me parecía un poco exagerado que me enchironaran por fumar un cigarro, pero él sólo me daba dos opciones: o pagar 5.000 tugriks o pasar la noche en el calabozo. Alma sollozaba en la puerta de la comisaría tratando de comprender mi adicción al tabaco. El tren estaba a punto de salir, pero mi ángel de la guarda no me defraudó, se presentó en forma de abogado. No sé de qué forma este buen samaritano se dió cuenta de mi problemón, entró en la comisaría y se puso a discutir «a grito pelao» con el poli, yo sólo podía pedir perdón en todos los idiomas que sabía y alguno que me inventaba para la ocasión. Salimos juntos de la comisaría dando efusivamente las gracias y corriendo para no perder el tren que ya estaba saliendo. Y es que cuando las cosas salen mal, salen mal, y en Mongolia todo se nos vino del revés.

La aventura empezó en Ulán Udé (Rusia). El autobús a Ulán Bator salía a las 7:30 de la mañana de la plaza del teatro. Nosotros confirmamos y reconfirmamos el sitio y la hora de partida, incluso una chica nos llevó a la misma plaza cuando llegamos a las 4 de la madrugada desde Irkutsk. A las 10  estábamos en un hotel de cinco estrellas escuchando al recepcionista explicarnos que habían cambiado el lugar de partida varios meses atrás, pero habían olvidado actualizarlo en la web. Perdimos el autobús, no había trenes ese día a Ulán Bator y nosotros teníamos que salir de Rusia sí o sí. Por suerte, el universo está de nuestro lado y ese día nos puso a disposición un autobús aunque estuviera fuera de servicio. Allí íbamos: la familia propietaria del bus y estos dos pasajeros.

Por primera vez desde que salimos de Granada nos vimos obligados a pagar por pasar la noche, y aunque el chico del autobús nos ayudó muchísimo para encontrar una guesthouse en condiciones, ya podíamos intuir que las cosas no venían de cara. Nos fuimos a dormir, positivos como siempre, felices, y por supuesto, con el firme convencimiento de que un contratiempo no podría arruinarnos esta etapa del viaje.

La palabra clave es contratiempo, porque si hablamos de clima, nos nevó, nos llovió, «nos vientó» y nos hizo calor, pero nunca en su justa medida o en el momento adecuado. Y si hablamos de plazos, todo eran contras para poder ajustar los papeleos de la visa a China, las excursiones a los sitios de interés y el tiempo necesario para desarrollar las actividades: o nos sobraban días o nos faltaban horas. Cuando las cosas salen mal, salen mal… y a nosotros nos pillaron en Mongolia.

El asunto de la visa a China merece su entrada propia, pero cabe decir que es una auténtica pesadilla, huele a comisiones por cada papel tramitado, y cuando la deniegan, que parece lo más normal del mundo, toca esperar un mínimo de dos días para volver a pasar el calvario, y luego otros cuatro para que te devuelvan el pasaporte con el sello. A nosotros nos la denegaron la primera vez, pero en la cola conocimos a Daniel, gaditano afincado en Mongolia, que nos ayudó muchísimo para superar el segundo round con éxito. Aún no sabemos por qué razón nos han dado 40 días cuando pedimos y pagamos 60 días, quizá sea por mis pelos, como dice Daniel. En cualquier caso, nos ha jodido bastante. Cuando las cosas salen mal, salen mal…, y a nosotros nos pillaron en Mongolia.

La primera mañana en Ulán Bator teníamos respuesta en el buzón de couchsurfing de Masha. Nos quedaríamos en su apartamento «soviético», conviviendo con ella, su madre, su hermano y la novia de éste durante una semana, y depués nos trasladaríamos a casa de Otgon y su familia, que incluía a Daniel, el gaditano. En ambas familias nos acogieron y nos trataron de maravilla, pero para nosotros tuvo un significado especial la segunda, porque no eran couchsurfers, sólo gente buena con ganas de ayudar a buena gente como nosotros, y aunque no tuviesen agua corriente, el baño fuese un agujero en el patio, hubiese que hacer una «excursión» para ir a las duchas públicas, y tuviésemos que atravesar las casas de varios vecinos, porque el camino era intransitable incluso a pie, nos dieron todo lo que tenían, y os aseguro que cuando la gente sólo puede ofrecer amor te hace sentir muy bien.

La primera escapada que pudimos hacer fue al Parque Nacional de Terelj, donde se puede montar caballos mongoles y visitar el templo budista Ariyabal . Pero caían copos de nieve como melones y el coche no podía circular sin que lo empujáramos, el templo estaba cerrado y los caballos en la cuadra por el frío. El único paisano que disponía de bestias para alquilarnos nos quiso timar y por poco acabamos «a hostias». Volvimos a casa como habíamos salido. Cuando las cosas salen mal, salen mal…, y a nosotros nos pillaron en Mongolia.

La segunda escapada la hicimos con el hermano de Masha (de nombre inescribible). Las siete horas de viaje de ida las pasamos tiritando; hacía un frío del copón y el coche tenía la calefacción rota, y por si fuera poco, por los bajos entraba el aire gélido de las estepas mongolas; ni los lingotazos de vodka eran capaces de quitarnos el frío del cuerpo. Con los huesos entumecidos apenas teníamos fuerzas para quitarnos de encima a la perra en celo con la que compartíamos el coche. De modo que llegamos a Tsetserleg con los dientes gastados de la tiritera, sabañones en las orejas y los vaqueros llenos de manchas. Por la mañana nos encontramos con algo más de medio metro de nieve en la puerta de casa. ¡Estábamos incomunicados en un pueblo sin internet, sin agua corriente y sin nadie que hablase cristiano!. (No os cuento la situación de tener que limpiarse con nieve cuando sobreviene un apretrón de madrugada porque resulta demasiado escatológico). Cuando las cosas salen mal, salen mal…, y a nosotros nos pillaron en Mongolia.

Está claro que en Mongolia se nos torcieron las cosas, todas las cosas. A pesar de ello, hemos conocido gente maravillosa. Hemos disfrutado de la gastronomía comiendo «Khuushuur» y «buuz» en su versión frita y al vapor,  que son empanadillas de carne; «Byaslag», que son una especie de snacks de queso; además de los archiasiáticos noodles de siempre; y bebiendo «Süütei Tsai», que es té de leche salado que viene incluido con la comida.

Hemos experimentado la vida al más puro estilo Mongol, incluyendo los atestados autobuses urbanos, donde los viejetes nos ceden el asiento, y la conducción por la derecha y el volante a la derecha, cosa que acojona un poco, por aquello de la visibilidad.

Si os da por visitar este país, hacedlo en verano, por favor, y traeros pasta para pagar excursiones oficiales; disfrutaréis de un país encantador, donde los animales viven en libertad, las gentes son sencillas y amables y los paisajes maravillosos.

5 comentarios en “SURFEANDO MONGOLIA”

  1. Esta Mongolia como para irse un ratico de cañas. Oye, me chifla la segunda foto, David y los copos de nieve. Es preciosa, me ha emocionado. Y también me ha gustado mucho la foto en B/N de la mesa de cocina y la ventana en claroscuro. Es practicamente perfecta.

    Oye, el buitre ese con las alas desplegadas es mas grande que vosotros! Que acojone. Es bastante espectacular. No sé que me acojonaría más, si el bicho o la megaestatua ecuestre del gigante ese en mitad de la nieve mongola. Que impresión.

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